Relatos: ¿Pedimos algo para cenar?

 Buenas tardes de domingo. Aquí os dejo una pequeña historia, os doy el comienzo, el resto es para vuestra imaginación. (de momento) ¡Espero vuestras impresiones en los comentarios!




Está anocheciendo, estoy con una amiga en mi casa; hemos pasado la tarde de domingo juntos, entre risas y cervezas. Está empezando a apretar el hambre y pedimos unas hamburguesas a domicilio. En lo que llega el repartidor aprovechamos para recoger un poco la mesa. Suena el telefonillo, antes de lo previsto, cojo el dinero y salgo a la puerta para esperar a que suba la comida. Aparece por el pasillo un muchacho con un casco y una bolsa con mi pedido, se acerca y se queda mirándome fijamente, callado. 
—Hola, es aquí. —Le digo. 
—Tu me suenas de algo. —Me dice. 
—Con el casco puesto, como que no te veo la cara. —Digo con un tono burlón. 
Se quita el casco y no le reconozco, no me suena de nada, pero qué guapo es. Nos quedamos en silencio hasta que lo rompo. 
—Bueno, ¿cuánto es? —Son treinta y dos con sesenta. Me dice a la vez que coge el papel del tíquet para mirar el total del pedido.
Le doy dos billetes de veinte, pero no tiene cambio. 
—No te preocupes, voy a bajar a por cambio y vuelvo.—Reacciona con brevedad y se va.
Le repito el número del telefonillo conforme se está yendo. —¡28 campana!
—Valeeee. —Le oigo decir mientras se cierra el ascensor. 
Entro para dejar la comida en la mesa y mi amiga me pregunta que por qué he tardado tanto. Le explico con rapidez lo que acaba de suceder y añado irónico. —No, si ahora tiene que volver, no te preocupes. —No traía cambio, así que ahora volverá. 
—¿Y de qué lo conoces?
—Ni idea, no me suena haberle visto antes. 
Suena el telefonillo de nuevo. Salgo para recibirlo de nuevo al pasillo. Le doy el dinero y me da el cambio. Ambos nos quedamos parados, uno frente al otro, solo por un instante, lo suficiente para que se hiciese raro. 
—Bueno, me voy para dentro a cenar. 
—Si, yo voy a seguir repartiendo. 
Entro y cierro la puerta, al pasar al salón, mi amiga me mira y se ríe. —¿Te ha gustado el muchacho, verdad? Te ha faltado invitarle a pasar. 
—¿Pero cómo le voy a decir que pase? Si tiene que seguir repartiendo. 
Ella asiente, nos ponemos a cenar y entre una cosa y otra nos han dado las tantas. No hemos vuelto a hablar del repartidor, ni hemos vuelto a comentar lo sucedido, simplemente hemos cenado y terminado de ver un capítulo de una serie de Netflix.
Mi amiga se ha ido, he recogido el salón, me he dado una ducha y me he servido un último vaso de Martini Rosso con hielo. Continúo otro capítulo de la serie mientras me acabo la copa. Suena el telefonillo. Qué raro, quién será a estas horas. 
—¿Hola? 
—Hola de nuevo, no recuerdo tu nombre, me preguntaba si te apetece tomarte una cerveza conmigo. 
Me ha costado unos segundos hasta que he reconocido su voz. 
—Claro que no lo recuerdas, no te lo he dicho, sube que te lo digo. —Por un momento pienso que he perdido la cabeza y me estoy dejando llevar por el impulso. Salgo a recibirlo de nuevo. Ahí está él, solo que esta vez sin el uniforme. Lleva unos vaqueros claros con una sudadera gris. —Me llamo Álvaro, encantado. —Me dice nada mas cruzar el pasillo de camino a la puerta de mi casa. 
—Igualmente, yo soy David, ahora sí que acabo de decirte cómo me llamo, pasa. 
Entra y nos dirigimos al sofá, antes de sentarse ha dejado sobre la mesa una botella de cerveza. Abro el mueble del salón, saco un par de vasos y me siento a su lado. 
—Oye, y tú, ¿de qué me conoces? Antes dijiste que te sonaba de algo. —Pregunto con curiosidad. 
— Pues si te soy sincero, no se si es que me suenas o es que me has parecido bastante atractivo, la verdad. 
—Tu también me has parecido muy mono cuando has vuelto con el cambio. —Le digo con una sonrisa pícara. 
—Fíjate si me has parecido mono que cuando bajaste a por el cambio, mi amiga se empezó a reír de mi cara después de verte. 
—Anda, que exagerado, si con el uniforme de la moto parezco un astronauta. 
—La verdad que no me he fijado en el uniforme, me he fijado más en la cara tan bonita que tienes. —Expreso sugerente. 
—Puedes verla mas de cerca si quieres. —Me acerco lentamente y pego mi nariz a la suya con una sonrisa que me es imposible evitar. 
Le miro fijamente, se pone nervioso y le sale también la sonrisa tonta. 
—¿Así de cerca está bien? —Bromeo de forma pícara. 
—La verdad es que no lo suficiente. —Responde en mi misma onda. 
Se posa sobre mi sonrisa sin más. Cierro los labios lentamente y atrapo su labio inferior con los míos, le beso. Me alejo dos segundos y le miro fijamente. 
—Bueno, ahora que nos hemos relajado, me llamo David, encantado. —Álvaro me mira y se ríe. 
—Encantado, David. Muy buenos labios los tuyos. —Responde entre risas. 
—¿Quieres probarlos de nuevo? —Le pregunto sugerente. 
Se acerca y me besa; nuestros labios empiezan a deslizarse húmedos entre el roce de nuestras lenguas, de poco a poco más intenso. Empiezo a pensar seriamente que estoy haciendo una locura. Me subo encima suya y le quito la sudadera gris mientras lo sigo besando. Seguimos quitándonos la ropa hasta sentirnos piel con piel, desnudos. Álvaro se tumba sobre mi, puedo notar el peso y calor de su cuerpo; acaricio suavemente su espalda hasta llegar a los cachetes y se los agarro con fuerza. Aprieto mi cuerpo contra el suyo. Me flipa esta sensación y quiero más. Me levanto, agarro su mano, le llevo sutilmente hasta el dormitorio donde nos hemos tumbado sobre la cama y el ambiente ha empezado a caldearse mucho más… 
Hemos pasado una noche de ensueño. Está amaneciendo, puedo ver los primeros rayos de luz entrando por mi ventana; la luz ilumina la habitación lo suficiente para poder ver el rostro de Álvaro dormido. Me quedo embobado fijándome en sus cejas finas, sus largas y bonitas pestañas, su nariz perfecta, sus labios gruesos y su barba recortada. Le acaricio cuidadosamente con la punta de mi dedo índice desde la frente hasta la barbilla; me sale un leve suspiro, no quiero que se despierte aún. Salgo de la cama sin hacer ruido; me pongo una camiseta, unos bóxer y me dirijo a la cocina; pongo el café a calentar y empiezo a lavar los platos y vasos de anoche. El café ha empezado a subir, lo aparto del fuego. Me sirvo una taza y me siento en la terraza para disfrutar del amanecer. Álvaro se despierta, se sienta en la cama, se pone sus calzoncillos de rayas y sale de la habitación con timidez. 
—Buenos días. —Levanto la taza de café. —¿Quieres café? —Le digo simpático a la vez que señalo la taza. 
—Vale, me tomo un café y me voy. —Responde mientras termina de desperezarse. 
—Qué prisas te han entrado, tómate un café tranquilo y ya luego haces lo que quieras. Sírvete, te he dejado una taza junto a la cafetera. 
Álvaro se sirve café y se sienta conmigo. 
—¿Has dormido bien? —Le digo a la vez que le pongo los pies en el regazo. 
—No es que hayamos dormido mucho. —Sonríe.  
—No, la verdad. —Asiento. 
—Sin embargo, hemos pasado muy buena noche. —Añado.
—Eso sí, si quieres puedo dejarte mi número y volvemos a vernos. —Responde a la vez que me agarra los pies. 
—Me parece estupendo, no pensaba dejarte salir de esta casa sin antes darme tu número. —Le digo bromeando. 
—Y si ahora no quiero dártelo ¿qué? 

—Pues tendré que volver a pedir comida a domicilio. —Respondo entre risas. […]

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