Relatos: el café de las once 2

¡Hola! Vengo con la segunda parte de El café de las once. Espero que os guste, esta segunda parte es un poco más extensa y con más sorpresas.



Así acababa la primera parte:

[Son pasadas las ocho, siento ese cosquilleo de nuevo. Empiezo a prepararme para ir a recogerlo. Me doy una ducha y me pongo unos pantalones vaqueros y una camisa roja satinada; me echo desodorante; perfumo mi cuello y salgo de casa. Es casi la hora y llevo un rato dando vueltas con el coche para encontrar un aparcamiento. Tras diez minutos he conseguido aparcar a dos calles de la cafetería. Parece que ya han cerrado. Apenas he llegado a la puerta cuando se abre de repente la verja. Es él.

—Ya casi pensaba que no venías.

—Perdona, estaba buscando aparcamiento ¿llevas mucho esperando?

—Nah, no tanto, estaba terminando de cerrar. ¿Nos vamos o nos quedamos?] 

—Pensaba que íbamos a cenar. —le digo confundido.

—Es broma, solo era para ver la cara que se te ha quedado —se ríe.

—Qué gracioso, tú.

—Bueno, especie autóctona ¿a dónde vamos?

—¿Cómo que especie autóctona?

—Claro, me dijiste que eras de aquí.

—Nunca lo había pensado —respondo risueño— ¿Qué te parece si vamos a tomarnos una cerveza y unas tapas? Conozco un bar por aquí.

—Vale, me parece buena idea, tú conoces esto mejor que yo.


Y así es como pusimos camino a un bar que está a unos viente minutos andando, de ese modo pudimos aprovechar el camino y conocernos un poco más, terminar de romper el hielo, o calentar los motores, como lo quieras llamar. 


—Bueno, Jose ¿te vas haciendo a la ciudad?

—Si, a ver, aunque lleve poco tiempo, siento que me ha acogido, la verdad.

—¡Eso es bueno! No todo el mundo tiene esa sensación cuando llega a un sitio nuevo.

—¿Y tú? Cuéntame, ¿has vivido siempre aquí?

—He vivido aquí la mayor parte de mi vida, pero he estado trabajando fuera unos años.

—¿Fuera de España o fuera de la ciudad?

—Fuera de España. He estado trabajando en Inglaterra, cerca de Londres, también en Italia. Ahora, sin embargo, tengo en mente quedarme aquí.

—Seguro que has tenido experiencias de todo tipo por ahí fuera.

—¿A qué te refieres? —por un momento no entendí el sentido de su afirmación.

—A ver, que seguro que has crecido mucho personalmente.

—Sí, he trabajado en todo tipo de cosas, la verdad. 

Jose se ríe, —Y seguro que te has trabajado a más de uno.

—Ah, joder, que te refieres a eso. Ya podrías ser más explícito.

—Podría haber sido más directo, pero no he querido sonar pretencioso. 

—He conocido bastante gente, sí, pero tampoco te creas…

—¿Y eso? —me pregunta curioso.

—Siempre he sido un chico de tener pareja, así que no es que tenga gran experiencia conociendo gente, en ese sentido.

—Yo, sin embargo, no he tenido muchas relaciones estables, ninguna, vaya.

—No te creo —le miro fijamente. —Con esa cara, ¿cómo no vas a haber tenido pareja?

—Así es, he conocido gente, obviamente, pero no he sentido que la conexión fuese lo suficiente fuerte. 

—Acabas de decir algo que es a lo que más importancia le doy: la conexión —le digo con asombro. 

—Sin conexión, no es lo mismo —asiente.

—Y sinceramente, es difícil de encontrar, rara vez quedo con gente.

—¿Con esa cara como no vas a conocer gente? —me dice en un tono gracioso.

—Oye, no me robes las frases para ligar —contesto.

—¿O si no qué?

—Pues si no, me voy a tener que poner serio y no te quiero asustar.

—Ponme a prueba —responde con una sonrisa y la ceja arqueada.


Íbamos de camino al bar, pasamos por una avenida llena de callejones. No había nadie alrededor, solo nosotros y la luz de las farolas. Lo miré a los ojos fijamente y me sonrió, lo que encendió algo dentro de mí, entonces ese impulso no lo pude controlar. De un momento lo agarré y lo puse contra el muro de la pared, me acerqué a su cara con seriedad y dije:

—¿Quieres que me ponga más serio aún?

—Ya estoy temblando —responde satírico.


Agarré su mejilla con la mano a la vez que acercaba su cara a la mía, cerré los ojos y sentí sus labios buscando los míos hasta que se encontraron. Estaba deseando que llegase ese momento desde el primer día en que lo vi. Noté como su brazo apretaba mi cuerpo contra el suyo mientras terminábamos de fundirnos en un beso.


—Bueno, ¿seguimos? —pregunto a la vez que hago el gesto con la cabeza.

—Sí, vamos. Me imagino que ya estaremos cerca, ¿no?

—Así es, el bar esta a la vuelta de la esquina.


Hemos llegado al bar y nos hemos sentado; hemos pedido un par de cañas y estamos esperando a que nos traigan la carta.

—Chin chin —levanto mi caña y la acerco a la suya para brindar.

—¡Por el cafelito de las once! —exclama.

—¿De dónde has sacado eso? —le digo confuso.

—Es a la hora a la que sueles venir —me mira fijamente.

—¿Qué pasa, que estás al tanto de la hora para ver si llego, o qué?

—No es eso, solo que es algo en lo que me he fijado —responde.

En ese momento escucho una voz que me suena familiar, alguien acaba de entrar en el bar. Levanto la mirada discretamente y me cambia la cara por completo.

—¿Qué te pasa? Te has quedado muy serio.

—No, nada —respondo.

—¿Nada? No te lo crees ni tú —me dice con el ceño fruncido.

—A ver, es que no quiero arruinar nuestra primera cita.

—¿Por qué la ibas a arruinar?

—No me apetece hablar de cosas poco agradables —respondo sincero.

—No es necesario que me lo cuentes si no quieres, pero entiende que eso me crea más intriga.

Entonces ya no me quedaba otra que decírselo, si no se lo decía, parecería que me estoy haciendo el interesante. Solo sentí que no fuese el momento de ponernos a hablar de mi ex, sin embargo, no podía creerme que no me lo hubiese encontrado en todo este tiempo, y tenía que ser precisamente hoy cuando me encontrara con él. Así que se lo dije:

—Vale, sé discreto, justo dos mesas a nuestra derecha hay dos chicos que se acaban de sentar.

—Sí.

—El que está sentado en la misma parte que tú, es mi ex. No le he visto el pelo desde que la cosa se acabó, casi que pensaba que ya ni vivía aquí.

—Vale, ya lo he visto —responde.

—El que esta sentado con él, es con quien me ha estado engañando dos meses —continué—, se acabó porque los pillé en mi casa una tarde que volví temprano de la facultad.

—¿Y hasta hoy no le habías visto el careto?

—No; y no es algo que esperase, la verdad —respondo.

—Pues tengo una idea —dice ocurrente.

—¿Qué vas a hacer?

—Tú disfruta.

Jose se puso en pie, se acercó a mí y me plantó un beso. Luego puso una rodilla en el suelo y sacó un anillo. De repente todo el bar ha empezado a aplaudir al darse cuenta de lo que supuestamente estaba haciendo. Todo el bar excepto una mesa, la de mi ex. Habría pagado lo que fuese por haber podido hacerle una foto de la situación. Entonces respondo que sí a esta declaración improvisada y el bar se anima mucho más aún. 

—¡Vivan los novios! —nos vitorea la gente.

Jose me pone el anillo y me besa de nuevo. En toda esta movida, no he querido dirigir la mirada hacia esa mesa, sin embargo, de reojo pude ver como les llega la cara al suelo. 


Una vez se calma el ambiente, Jose se sienta.

—Estás loco —le digo— ¿de dónde has sacado el anillo?

—Es el que llevaba puesto —descubre su mano izquierda y me deja ver la mano con la marca del anillo en el dedo anular. 

—Definitivamente, estás loco —reitero entre risas.

—Si por casualidad no se habían percatado, ahora seguro que lo han hecho.

—No sé si darte las gracias o la enhorabuena por el papel.

—Nah, no ha sido nada, fíjate que hasta me he puesto cachondo, así tal cual te lo digo—, responde con gracia.


En ese momento llega la camarera y nos toma nota de lo que vamos a cenar. Hemos pedido una ensalada cesar de la casa, suelen ponerla con el queso tostado y le da un sabor excelente; él se ha pedido un pan bao con pollo teriyaki y yo me he pedido el mismo pero de pollo braseado.


Apenas hemos retomado la conversación cuando vemos como mi ex y su nuevo novio se levantan, pagan y se van.

—Creo que le hemos arruinado la noche a alguien —me dice a la vez que me hace un gesto indicándome con la cabeza hacia donde estaban.

—Bueno, mira, así les hemos dado tema de conversación para toda la noche —respondo—, esta noche no follan —añado.

—¿Serán los únicos? —me mira fijamente.

—¿Quién sabe? —le digo nervioso entre risas.


Ha llegado la comida, estaba todo buenísimo, nos hemos acabado la segunda caña que hemos pedido mientras comíamos, hemos pagado y hemos salido del bar. Son casi las doce.

—¿Quieres que te lleve a casa? —le pregunto amable.

—Vivo un par de calles detrás de la cafetería.

—Justo he aparcado por allí —respondo.

—¿Vamos juntos dando un paseo? —me dice a la vez que me da un beso en la mejilla.

Yo me pongo nervioso puesto que su nariz me ha rozado el cuello y es algo que hace que pierda los papeles.

—Me parece buena idea —le digo, pero por dentro estoy haciendo lo posible para mantener las formas. 

Hemos doblado la esquina y estamos haciendo el mismo camino que hicimos para llegar al bar, nos hemos adentrado en la calle de los callejones. Jose se detiene y me sorprende pegándome un tirón del brazo para meterme donde no llega la luz. Nos agarramos la cabeza a la vez que nos fundimos en uno, lo empujo contra la pared, gira mi cuerpo con rapidez y empuja mi cuerpo, entonces giro y volvemos a empezar. Así pasaban los minutos. No podíamos parar de comernos el uno al otro. Era intenso, virulento. Nos detuvimos y nos dio por mirar la hora… era la una, habíamos pasado casi cuarenta minutos pelando la pava. 

—¿Tu estás viendo las horas? —le digo.

—Sí, vámonos ya.


Hemos llegado a la puerta del la cafetería. Justo delante de la verja de hierro. Es la una y media de la noche. No hay ni un alma en la calle y el silencio es sepulcral. Me detengo y miro fijamente la cafetería.

—Nunca he pasado por aquí a estas horas, se me hace raro verlo todo cerrado —comento.

—Normalmente somos los últimos en cerrar, así que esto estoy acostumbrado a esto —me dice.

—¿Y a esto te acostumbrarás? —le agarro con firmeza y le planto un beso.

Jose como respuesta no tuvo otra cosa que hacer que tirarme un mordisco del cuello. Lo que causó que lo agarrase fuertemente contra la verja de hierro que hizo un ruido estridente que rompió el silencio de la noche; y nos detuvimos con cara de preocupación mirándonos fijamente.

—Estás loco —me dice.

—Ha sido sin querer —le digo entre risas.

Jose saca las llaves de la cafetería y me mira con una sonrisa pícara.

—¿Entramos?


[Tercera parte próximamente]


Comentarios

  1. Aunque te sigo desde hace unos meses no había llegado a leerte antes.
    Me ha gustado mucho este relato. Sencillo, actual, cotidiano, realista. Podía imaginarme las escenas como en una película y creo que eso es bueno en una historia. Muchas gracias por escribir.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tu comentario, compañero! Me alegro mucho de hayas disfrutado el relato. Este tipo de feedback me anima a seguir escribiendo, así que gracias, no solo por dedicar un poco de tiempo a leer mi trabajo, sino también por compartir! Pronto subiré la siguiente parte :)

      Eliminar

Publicar un comentario