Relatos: el café de las once 1
Buenas, aquí os dejo un pequeño relato, puede ser ficticio, puede ser verdad ¿quién sabe?
Salgo de la biblioteca como cualquier otra mañana y voy directo a la cafetería de enfrente. Me acerco a la barra y doy los buenos días, son las once de la mañana. Hoy, sin embargo, no está el camarero de siempre; parece que tenemos chico nuevo en la oficina. Está de espaldas, preparando el café que parece ser para la señora que hay justo delante de mi. Se gira para acabar de atenderla y ¡ostras! Qué guapo es. Se aparta la señora y me acerco.
—Buenos días, ¿qué te pongo por aquí?
—Buenas. Le digo nervioso casi sin saber articular palabra. —Un café americano, por favor.
—Marchando por aquí.
—En vaso de caña, por fa. Le aclaro brevemente al ver que agarra una taza en vez de un vaso de caña.
—Por supuesto.
Me siento estúpido, ¿cómo puede ser que me ponga tan nervioso por hablar con un chico guapo? Se gira y prepara mi café. Mientras lo prepara no puedo evitar fijarme en el culo tan sexy que tiene; la espalda ceñida por la camisa banca y un chaleco negro; el lunar de su cuello, quién lo mordiese. Se da la vuelta y aparto la mirada discretamente sin que se dé cuenta.
—¿Cuánto es?
—Uno con veinte, por favor.
Saco la cartera; abro el bolsillo de las monedas y al sacar una moneda se me cae en la barra; sale rodando hasta caer al suelo, justo delante de él. Me pongo más nervioso aún, estoy siendo patético.
—Lo siento. Empieza a nacerme la risa floja.
—No te preocupes, esa ya es mía.
—No sé ni de cuánto era.
Coge la moneda y es de un euro. — Te faltan todavía veinte céntimos.
Saco veinte céntimos, los pongo en en la barra y agarro mi café.
—Gracias. Coge la moneda.
Agarro el platillo con el vaso de café y me siento en la mesa más alejada de la terraza donde saco mi ordenador y empiezo a trabajar en un artículo. Hasta que termino el café; recojo y llevo el vaso hasta la barra.
—¡Hasta luegooo! Le digo a la vez que suelto las cosas y me voy.
Ha pasado un día y todavía me siento avergonzado de la que lié ayer delante del camarero nuevo. Son casi las once, hora de ir a por un café. Siento ese cosquilleo en el pecho. Recojo mis cosas y salgo de la biblioteca camino a la cafetería. Ahí está él con su camisa blanca y su chaleco negro. No hay nadie en la barra hoy, por lo que me acerco para pedir mi café de siempre.
—Buenos días. Saludo nada más acercarme.
—Buenas, ¿que te pongo?
—Un café americano, cuando puedas.
—Marchando.
Se da da la vuelta y empieza a maniobrar delante de la maquina de café; hoy, de nuevo, no puedo evitar fijarme en el jodido lunar de su cuello. Saco la cartera y preparo el dinero para pagar, aunque pregunte cuánto es, ya se perfectamente lo que vale. Esta vez he pagado sin desparramar las monedas por toda la barra.
Me siento en una mesa alta, de espalda a la ventana y saco mi ordenador. Mientras trabajo se me van los ojos, dirijo la mirada sutilmente hacia la barra, donde busco desesperadamente al camarero hasta dar con él y me quedo embobado. Nuestras miradas se han cruzado en algún que otro momento, pero mis nervios hacen que desvíe la vista con timidez. Me he terminado el café y no hemos dejado de cruzar la mirada, empiezo a pensar que, o soy muy pesado, o sí que he llamado su atención. Me levanto para dejar el platillo y la taza en la barra; se acerca a mi.
—Gracias, apañao. Me dice simpático.
—De nada guapo. Le digo por impulso.
Me nace una sonrisa tonta, me doy media vuelta y salgo sin mirar atrás.
Vamos a por el tercer día. Es la hora de siempre, he pedido mi café y estoy sentado en una mesa. Al igual que ayer, no puedo evitar seguir con la mirada al camarero. Hoy me he alargado algo más con el café. Veo que sale de la barra para recoger alguna que otra mesa. En una de las veces que levanto la mirada para verlo me sale una sonrisa y me la devuelve. Es el momento.
—Oye, tú no llevas mucho por aquí ¿verdad?
—No, llevo aquí unas semanas ¿tú eres de aquí?
—Ya decía yo que no te conozco.
—¿Y por qué ibas a conocerme?
—Por nada en concreto, solo que aquí nos conocemos la mayoría. Aunque ya que lo dices, tampoco me importaría conocerte.
—Podemos quedar, siempre y cuando no se te caigan las monedas desparramadas cuando vayas a pagar.
Me pongo rojo de la vergüenza, tanto por haber tenido el impulso de tirarle la caña, como por haberlo conseguido y que me haya soltado eso.
Me sale la risa. —No puedo prometer nada. Me encojo de hombros y levanto las cejas a la vez que sonrío.
—Si te parece nos vemos cuando salga, ve pensando hasta entonces a dónde me vas a llevar.
—¿Cómo sabré a que hora has salido?
—Nos vemos a las nueve y media justo aquí.
—Pero… ¿vas a salir de trabajar a esa hora sin pasar por casa?
—Bueno, no conozco a nadie por aquí aún, ya te diré si mereció la pena. Sonríe.
—Vale, pues te paso a buscar a esa hora.
Recojo mis cosas, me levanto y voy hacia la barra como siempre a dejar la taza vacía.
—Por cierto, me llamo Jose. Me dice antes de irme.
—Yo soy David, te veo luego, Jose. Le lanzo un guiño y me voy.
Son pasadas las ocho, siento ese cosquilleo de nuevo. Empiezo a prepararme para ir a recogerlo. Me doy una ducha y me pongo unos pantalones vaqueros y una camisa roja satinada; me echo desodorante; perfumo mi cuello y salgo de casa. Es casi la hora y llevo un rato dando vueltas con el coche para encontrar un aparcamiento. Tras diez minutos he conseguido aparcar a dos calles de la cafetería. Parece que ya han cerrado. Apenas he llegado a la puerta cuando se abre de repente la verja. Es él.
—Ya casi pensaba que no venías.
—Perdona, estaba buscando aparcamiento ¿llevas mucho esperando?
—Nah, no tanto, estaba terminando de cerrar. ¿Nos vamos o nos quedamos?
… [Segunda parte proximamente]
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