Relatos: parálisis del sueño

 ¡Hola! Tras un tiempo experimentando, vengo a dejaros un breve relato un poco oscuro. Trata sobre la parálisis del sueño, que son esas pesadillas en las que sientes que no te puedes mover, o tratas de correr pero no puedes. Auténticas pesadillas de las que despiertas en un charco de agonía y sudor. Espero que os guste. 



Son las tres de la mañana, el calor no me deja dormir, apenas entra una racha de aire por la ventana; siento mi cuerpo húmedo del sudor, las sábanas se me adhieren a la piel. No aguanto tumbado en la cama. Me levanto y voy al baño para darme una ducha de agua fría y aliviar esta sensación de sofoco. El agua fría me cae directa en la cara y recorre mi cuerpo. Qué a gusto. Salgo de la ducha y agarro una toalla para secarme. Me pongo unos calzoncillos y salgo a la terraza para fumarme un cigarrillo. El silencio es sepulcral. Le doy una última calada al cigarrillo y lo dejo caer al vacío. Observo como impacta contra el suelo y salen despedidas las cenizas, aún encendidas, hasta desaparecer en la noche. Un espectáculo que dura pocos segundos. Entro al salón, me siento en el sofá y enciendo el ventilador. Todo está a oscuras, apenas entran unos haces de luz, fruto del reflejo de las farolas de la calle. Mi gato a un lado permanece dormido. En ese momento oigo que pegan suavemente en la puerta. Miro hacia el pasillo de la entrada con extraño. No sé si encender la luz o acercarme lentamente para mirar por la mirilla sin hacer ruido. He decidido hacer lo segundo. Me levanto con cuidado y empiezo a caminar despacio en dirección a la puerta; aguantando la respiración acaricio suavemente la chapa de la mirilla y me acerco para asomarme. La poca luz que entra por el patio del pasillo hace que consiga distinguir una figura. No se mueve. Permanezco inmóvil con el ojo puesto en el orificio de la puerta. Entonces el movimiento de la figura llama mi atención; noto como empieza a alejarse lentamente. Sigo observando hasta que ya no percibo ninguna figura. Sea quien sea, o sea lo que sea, ¿se habrá ido? Suelto la chapa de la mirilla y retrocedo hasta el salón. Apago el ventilador y vuelvo a la puerta. Esta vez enciendo la luz y vuelvo a asomarme. No veo a nadie. Abro la puerta, efectivamente, no hay nadie. Doy la luz del pasillo y tampoco sucede nada nuevo. Salta el temporizador y se apagan las luces. Cierro la puerta, apago la luz y me dirijo a la cama. Justo antes de entrar en la habitación vuelvo a escuchar que pegan en la puerta. ¿Otra vez? Vuelvo al pasillo de la entrada pero me quedo quieto, no entiendo esto que está sucediendo. «Toc, toc», llaman de nuevo. Un escalofrío me recorre la espalda y se me eriza todo el vello del cuerpo. Me acerco cuidadoso y asustado a la puerta. Vuelvo a abrir tímidamente la mirilla y todo se vuelve más raro aún. Otra vez esa figura, solo que esta vez algo cambiada. Veo dos ojos brillantes como dos luceros y una sonrisa. Empiezo a quedarme sin aire y me caigo al suelo, no puedo respirar, algo me presiona el pecho. Intento coger aire pero no puedo, tampoco puedo levantarme; por más que intento levantar los brazos y tratar de separarme del suelo, no puedo. Ruedo por el pasillo, consigo poner mi cuerpo boca arriba y, tras varios intentos de coger aire, consigo coger una bocanada. Respiro hondo y, tras exhalar todo el aire, abro los ojos. Me encuentro en mi cama con mi gato sobre el pecho; estoy empapado en sudor, tengo húmedas hasta las rodillas. Miro el reloj y son las siete de la mañana. Apago el despertador antes de que suene. ¿Ha sido un sueño? O más bien, ¿una pesadilla? 


Comienza un nuevo día, salgo para ir al trabajo, vuelvo para comer a mediodía y luego vuelta a la oficina hasta tarde. He acabado por hoy, salgo y mientras voy de camino a casa, desaparecen los últimos rayos de sol, entonces las calles se tiñen con los colores del ocaso y se encienden las farolas. No me he sacado de la cabeza lo que sucedió anoche, pero pensar que fue una pesadilla me tranquiliza. Abro la puerta y dejo las llaves, mi gato, con el sonido, se percata de que he llegado y viene. Voy a la cocina a por chuches para mascotas y le doy unas pocas mientras lo acaricio. Voy a mi habitación, me desvisto y dejo la ropa sucia en el canasto. Entro en el cuarto de baño y abro el grifo del agua mientras cojo una toalla para secarme al salir. Entro y me meto debajo del choro de agua, agarro un bote de champú y comienzo a enjabonarme la cabeza. Mientras me aclaro; entre el sonido del agua cayendo, me ha parecido oír que llaman a la puerta. 

—¿Gato, eres tú?— digo en voz alta desde la ducha. 

Salgo a medio aclarar y agarro una toalla, me la enrollo sobre la cintura y voy hacia la puerta.

—¿Quién es?— pregunto desde el pasillo.

«Toc, toc, toc», pegan con insistencia. Me acerco semidesnudo a la mirilla y es una mujer, es la vecina. Abro y entorno la puerta con el pie mientras me asomo.

—Hola, vecina, me has pillado en la ducha.

—Perdona, hijo. ¿Tú puedes ver la tele?

—No lo sé, señora. He llegado hace nada y lo primero que he hecho es irme directo a la ducha— le explico.

—¿Podrías comprobar si se ve? Por favor— insiste. 

—Claro que sí, dame un segundo. Ten cuidado que no se escape el gato— le digo mientras me acerco al salón para encender la televisión. 

Se enciende la pantalla pero no hay señal.

—No tengo señal, vecina— verbalizo de camino a la puerta.

—Que raro, lleva ya mucho rato sin verse— añade como queja.

—No sé, no suelo ver la tele— le digo con los hombros encogidos.

—Bueno, hijo, no te preocupes, no te molesto más; buenas noches— se va.

—De nada, buenas noches— cierro la puerta.

Vuelvo al baño para terminar de ducharme. Me pongo unos calzoncillos y unos pantalones para estar por casa. Voy a la cocina y me preparo un par de rebanadas de pan tostado con un poco de queso de untar y unas gotas de aceite. Mientras ceno, estoy en la terraza, revisando las últimas publicaciones en las diferentes redes sociales. Al terminar, dejo el plato en la encimera, apago las luces y me voy a la cama. Reposo mi cuerpo sobre la cama y pongo el despertador, como siempre, a las ocho. Giro sobre mí mismo hacia el otro lado de la cama y termino tumbado de costado, me abrazo a la almohada y consigo entrar en estado de sueño, pero no por mucho tiempo.


Despierto entre jadeos y empapado nuevamente en sudor, pero no recuerdo nada de lo que estaba soñando, solo permanece la sensación de angustia. Miro el reloj y son las dos y media. Tengo sed, voy a la cocina, abro la nevera y empiezo a beber agua directamente de la botella. Dejo la botella en su sitio, cierro el frigorífico y salgo a oscuras de la cocina, apenas he cruzado el pasillo hacia mi habitación cuando de repente vuelvo a oír: «toc, toc». Me detengo y giro la cabeza hacia la puerta. Enciendo la luz del salón, me quedo parado en la entrada y pregunto en alto:

—¿Quién es?

Nada, no se oye nada, es decir, nadie responde. Me acerco con sutileza a la puerta y me asomo cuidadosamente por la mirilla. No hay nadie. Abro la puerta y enciendo la luz de fuera.

—¿Hola?— insisto.

—¿Hola?, ¿hola?, ¿hola?…— Se oye el eco entre los pasillos y el patio del edificio hasta que todo vuelve a permanecer en silencio. 

Salta el temporizador de la luz del pasillo de fuera y se apaga. Aún me ilumina de fondo la luz del salón. Cierro la puerta. ¿Me estoy volviendo loco? Apago la luz del salón y me encamino de nuevo a la cama. «Toc, toc», se oye otra vez. El miedo se apodera de mí. Poco a poco y paso a paso, me dirijo a la entrada. Al girar el pasillo no puedo dar un paso más. Me quedo inmóvil, solo puedo mover los ojos. Levanto la mirada hacia la puerta y ahí está la misma figura de la otra noche, esos ojos brillantes y esa sonrisa. Trato de coger aire y se me corta la respiración. Otra vez el agobio. Noto como me estoy quedando sin aire, no puedo respirar, el cuerpo no me responde; es como si tuviese algo en la garganta que no me permite tomar ni una bocanada de aire. Toso mi último aliento y entonces despierto de nuevo con una tos fuerte mientras siento como se llenan con fuerza mis pulmones. Otra puta pesadilla. Son las cuatro y veinte de la mañana. Salgo de la cama y voy directo a darme una ducha fría. Cuando termino salgo a la terraza a fumar un cigarrillo. Esto ya lo he vivido. Es igual que la pesadilla que tuve anoche. Me levanto y presa del pánico enciendo la luz, así me siento más seguro. Me siento en el sofá y pasa un instante hasta que llaman a la puerta. «Toc, toc, toc». Pongo la mirada en la puerta mientras me acerco con sigilo y me asomo a la mirilla. Algo acaba de huir, he visto como alguien o algo cruza el pasillo. Enciendo la luz del pasillo de casa y abro la puerta. Hay algo a medio pasillo, veo una sombra en el suelo. Doy la luz del pasillo del edificio y lo que parecía una sombra, es un cuerpo. Me acerco con miedo y preocupación hasta que llego al cuerpo. Está rodeado por un charco de sangre, le doy la vuelta para verle la cara y es la vecina. ¿Qué coño ha pasado? De repente salta el interruptor automático de la luz y quedo a oscuras junto al cadáver de la mujer. En ese momento empiezo a oír pasos, intento retroceder de espaldas hasta mi casa, pero los pies me pesan mucho, es como si tuviese los zapatos llenos de barro. Tropiezo y acabo en el suelo. Despego el pecho del suelo y levanto la mirada. Al alzar los ojos, veo esa figura de nuevo, esta vez puedo distinguir unos cuernos largos que parece que le salen de la cabeza y un olor intenso a incienso. En ese momento empiezo a sentirme cansado y pierdo el conocimiento con rapidez. 


—¿Oiga?— escucho a lo lejos.

—¡Oiga!— retumba en mi cabeza y abro los ojos.

Estoy en el pasillo. Parece que me he pasado la noche aquí. El conserje insiste a la vez que me da una patada suavemente en la pierna:

—¿Oiga, está usted bien?

—Sí, estoy bien; estoy bien— respondo a la vez que me levanto.

—¿Que hace ahí?— me pregunta con cara de extrañeza.

—No lo sé— respondo. —¿Qué hora es?— añado?

—Son las diez de la mañana.

—¿No ha visto usted a nadie más aquí?

—Caballero, aquí solo estamos usted y yo.

—¿Dónde está la mujer?— pregunto.

—¿Qué mujer?

—La vecina del tercero, estaba aquí.

El conserje me mira de arriba a abajo sorprendido.

—Muchacho, ¿estás bien?— insiste.

—Sí, no te preocupes, me vuelvo a casa. Hasta luego— contesto a la vez que me doy la vuelta y me meto en casa. Cierro la puerta y miro el reloj. Son las diez y cuarto. Ya no llego al trabajo. Cojo el teléfono y llamo a la oficina para avisar de que no voy. Finjo estar con un trancazo de la muerte y cuela. Suelto el teléfono y voy a darme una ducha. Estoy abriendo el grifo cuando de repente escucho: «Toc, toc». Salgo corriendo hacia la puerta, abro bruscamente y no hay nadie. Creo que me estoy volviendo loco. Suena el teléfono. ¿Serán de la oficina? Cojo la llamada:

—¿Dígame?

—¿Hola?

—«Toc, toc, toc» Se oye como llaman a la puerta por el teléfono.

Cuelgo. Suelto el teléfono en el sofá y miro hacia la puerta.

«Toc, toc», suena la puerta. Miro hacia el pasillo y me quedo inmóvil por un segundo. Entonces me levanto y saco fuerzas para dirigirme a la puerta.


[continuará…]

Comentarios

  1. ¡Quiero más! ¡Qué chulo, David! Me he quedado en shock con lo de la vecina y luego... otra vez un mal sueño. ¡Se te da bien este género y generar intriga!

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    1. ¡Me alegro de que te haya gustado! Pronto traeré otro capítulo. No era consciente de lo mucho que me gusta escribir en este género jajaja

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