Relatos: el café de las once 3

 ¡Hola! Aquí os dejo el último capítulo del relato El café de las once. Espero que os guste. Pronto dejaré una página del blog dedicada al relato completo. ¿Quién sabe cómo acabará la historia entre David y Jose?



Miro el reloj y son las dos de la madrugada, el tiempo ha pasado volando desde que salí esta tarde a las ocho. Han pasado seis horas y ni me he enterado. Este muchacho ha conseguido que pierda la noción del tiempo. Y ahora quiere más.

—Entremos —respondo decidido.


Jose se agacha y abre el candado de la verja, le ayudo a levantarla hasta la mitad con cuidado y sin hacer ruido. Entramos y la bajamos silenciosamente. Todo esta oscuro, no puedo ver absolutamente nada, ni tan siquiera un ápice de luz.

—Ostras tío, no veo nada —exclamo.

—Espera, voy a encender la luz de la barra —oigo a la vez que escucho como trastea algo, —listo.

Las luces de la barra empiezan a titilar hasta permanecer con una luz cálida y tenue. Nos hemos quedado dentro de la barra.

—¿Te parece si ponemos música? —me dice a la vez que saca el móvil y me lo da, —tu eliges.

Agarro el móvil, busco la canción Desire de Little Brutes y dejo el teléfono en la barra mientras suena. Me acerco a él, agarro sus manos y las pongo alrededor de mi cintura. Entonces, empiezo a acariciar sus labios con la punta de la nariz, pegándole algún que otro mordisco espontáneo. Él me agarra las mejillas y me da un beso. Luego se levanta, coge un par de vasos de anchos, les pone hielo y sirve dos copas de Amaretto a palo seco.

—Por esta noche —le digo guiñando un ojo.

—Por esta noche —brinda conmigo.

Ambos le damos el trago mirándonos fijamente. Dejo el vaso en un lado, me quito los zapatos y me subo de pie a la barra. Empiezo a bailar lentamente mientras le invito a venir conmigo. Jose se quita los zapatos y sube, entonces le agarro las manos y empezamos a bailar mirándonos a los ojos. Se acaba la canción y empieza a sonar la siguiente, Make it by de Coastal Club. Nos hemos sentado en la barra mientras nos acabamos la copa.

—Quién me iba a decir que esta noche iba a acabar aquí, con mi supuesto futuro marido —reflexiono en voz alta.

—Esta no te la esperabas, eh —responde irónico.

—Por cierto, toma tu anillo —le digo a la vez que trato de sacar el anillo del dedo, pero está atascado, —no puedo, tío.

—A ver, deja —me agarra la mano y trata de sacarlo a tirones.

—Está atascado, no va a salir —replico.

—Que sí, ya verás como sale —levanta mi mano y se mete el dedo del anillo en la boca.

Si lo que pretendía era terminar de volverme loco, lo estaba consiguiendo. Empiezo a notar como humedece mi dedo con su lengua cálida mientras noto su respiración en la palma de mi mano. Se saca el dedo lentamente mirándome a los ojos y sin apartar la mirada, tira del anillo y sale. 

—Ves como al final salía —me dice a la vez que me pone el anillo en la cara.

—Tan solo quería que me chupases el dedo —respondo bromeando.

—Si quieres que te chupe otra cosa no hace falta que te pongas un anillo, eh —me dice entre risas.

—Hala, que directo, tú —le digo casi sorprendido.

—Directo es esto —agarra mi mano y la pone sobre su paquete.

Sorprendido por completo me quedo sin palabras. Ya no hay vuelta atrás. Me abalanzo sobre Jose y acabo tumbado sobre su cuerpo, acabo de empezar a besarlo y no creo que pueda parar. Nos incorporamos momentáneamente para quitarnos las camisas, empiezo a besar su cuello, su lunar, poco a poco bajando hasta llegar justo debajo del ombligo, donde le pego un mordisco juguetón. Luego le quito los pantalones, me quito los míos y vuelvo a posar mi cuerpo desnudo sobre el suyo. Nos besábamos, nos acariciábamos y nos sentíamos plácidos dejándonos llevar por la situación. La música se había parado hace rato, lo único que se oía era el sonido de nuestra respiración y el roce de nuestros cuerpos. Así, pasó lo que tenía que pasar. Y pasaron las horas. 

—Ha estado bien la cita ¿no crees? —me dice mientras se viste.

—Ha sido una cita muy top —respondo a la vez que me pongo los pantalones y me abrocho el cinturón.

—Cuando quieras repetimos —termina de abrocharse la camisa.

—Bueno, podemos vernos mañana si quieres.

—¿Mañana? Dirás dentro de un rato —se ríe.

—Sí, exacto —le sigo el royo—, ¿hoy también vas a estar al tanto de la hora para ver si aparezco?

—Así es, y te pienso poner un retraso si llegas tarde, y que sepas que a la de tres te pongo un castigo.

—¿Y si no aparezco? —le digo sarcástico.

—Pues eso es falta injustificada, castigo directo —me aclara gracioso.

—Ja, ja, ja; a ver si me da tiempo de dormir algo antes de ir a trabajar, luego en mi rato libre seguramente venga a por un café.

—No te voy a dar la satisfacción de oír que te estaré esperando —bromea.

Ya nos hemos vestido y hemos recogido; le echo una mano para abrir la verja de nuevo, sin hacer ruido; salimos, cerramos y caminamos hasta la esquina.

—Bueno, David, mi casa está por aquí —señala hacia un lado de la calle.

—Yo el coche lo aparqué por esa calle —señalo hacia otra dirección.

—Ha sido un placer conocerte hoy, me lo he pasado muy bien —me dice sincero y luego me agarra las manos.

—Yo también me lo he pasado muy bien —lo abrazo y le doy un beso—, nos vemos luego, descansa.

—Nos vemos, guapo —me da un último beso y se va.

De camino al coche voy con una extraña sensación. Apenas hemos tenido una cita y ya tengo ganas de volver a verlo. Me monto en el coche y no puedo dejar de pensar en Jose, se me acelera el pulso y suspiro. Creo que he tenido un flechazo, me gusta demasiado. 


He llegado a casa, miro el reloj, son las cinco de la mañana. Me desvisto y dejo la ropa en el cesto de la ropa sucia; me doy una ducha caliente; me pongo unos calzoncillos y me meto en la cama. Agarro el móvil para poner la alarma y pienso en algo que no había sucedido: no nos hemos dado los números de teléfono. Estoy cansado, pongo la alarma y caigo frito por completo. No tenía ni idea de que iba a pasar tan buena noche.



Son las siete de la mañana, suena el la alarma del móvil. Despierto; la apago; me desperezo en la cama y pongo un pie fuera; salgo de la cama; paso por el cuarto de baño, me lavo un poco la cara; voy a la cocina y me preparo un café. La misma rutina de todos los días. Vuelvo a mi habitación, me pongo unos pantalones vaqueros y una camisa verde pino de manga larga, agarro una chaqueta tipo camper y salgo de casa. Me subo al coche y voy hacia la facultad. De camino voy pensando en Jose, en las ganas que tengo de verlo; se me acelera el pulso cuando me imagino otra noche con él. Así llegué al aparcamiento que hay justo entre la biblioteca y la cafetería. Al bajarme del coche, no he podido evitar girar la cabeza hacia la terraza por si lo veía salir, pero no lo vi. Entonces entré en la biblioteca y accedí al módulo de la facultad. Estuve dando clases hasta las once, hora de ir a por un café. Al atravesar los pasillos hasta llegar a la biblioteca noto como empiezo a ponerme nervioso. Salgo de la biblioteca, me acerco al paso de cebra y mientras espero para cruzar, le veo, desde lejos, salir para atender a una mesa. 


Entro a la cafetería y no hay nadie esperando para pedir, solo él de espaldas, detrás de la barra.

—Buenos días —digo con energía.

—Hombre, justo a tiempo, como siempre —me dice sin darse la vuelta.

—¿Pensabas que no vendría? 

—Para nada —se da la vuelta y me sonríe— ¿tu café?

—Sí, por favor.

No se por qué, pero me da la sensación de que la situación es muy fría, no se si porque cada vez que miro la barra me acuerdo de la noche de anoche y me da vergüenza, o simplemente porque está trabajando. 

—Aquí tienes tu americano, guapo— me dice a la vez que posa la taza sobre el platillo con la cucharilla.

—Toma, no tengo cambio —saco un billete de cinco.

—No te preocupes, tengo cambio —me da el cambio.

—Gracias —le digo con una sonrisa

—Buenos días, caballero —asiente con la cabeza y me guiña un ojo.

—De nada, guapo —cojo el café y me siento en una mesa junto a la ventana.

He sacado mi portátil para revisar un par de cosas del trabajo y apenas le he dado dos sorbos al café. 

—Te has dejado esto.

Levanto la mirada y es él. Me deja una nota en la mesa y la desliza hacia mí.

—¿Y esto? —pregunto confundido.

—Te lo has dejado en la barra —insiste y se va.

Agarro la nota y leo:


«¿Nos vemos esta noche?

600 526 998

Escríbeme».


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